domingo, 23 de mayo de 2010

El vestido negro



Soñé en una noche de tormenta
que tu amor estaba inmerso,
con su ser todo transpuesto
en hojas aromáticas de menta...

No había más que el ruin silencio
que caía en mis manos como lluvia,
gélida gota que la rubia
cabellera te gemía por dentro...

De aquel plomizo advenimiento
nunca supe que mi sueño fue
la visión de tu vestido negro,
melancólico y terriblemente cruel.

Prisionera de tus propias
vacuidades con que clamas
por la esencia etérea de las almas
que no resisten tus inopias...

Y en aquel vestido están los dejos
de todas mis trémulas pasiones,
suplicio eterno de nuestros corazones
cual gemido de un desesperado lejos.

Como se respira en un devocionario
la mística pregunta que no calla,
por la cárdena mutilación de tu metralla
cae exánime mi cuerpo en tu vestuario.

Porque nunca fue la interrogante
ni el más sutil de los encantos,
que me forzó a portarme como nigromante
y soportar en hombros tus quebrantos.

¿Será acaso que tu vestido
que se ajusta a tu figura de belleza
ilusoria y falta de nobleza
hechiza mi pensar y mi sentido?

¡Y me enamoro, en verdad
me enamoro de ti,
porque tu percal negruzco cual hollín
me quita mi visión de realidad!

¡Me seduce tu caricia vana
y tu boca amoratada por el frío,
se embravece toda como un río
apurándose a clamarme toda ufana!

¡Baste, baste ya que si bien
mi sueño se mezcló con tu deseo,
que sea tu ingrávido vestido negro
la efímera diadema de tu sien!


R. P. G.
Corazón de Jaguar


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